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Fopea cierra 2006 con un Congreso Nacional y un Código de Ética propio

Luego de un debate interno de 12 meses, de 40 actividades en Buenos Aires y 13 provincias del país, FOPEA cerró el ciclo 2006 con un Congreso Nacional de Ética Periodística que reunió a 250 periodistas y estudiantes de periodismo de la capital y 16 provincias en la sede Buenos Aires de la Universidad Católica Argentina.

La figura central fue el periodista colombiano Javier Darío Restrepo, miembro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), acompañado de otros cinco panelistas extranjeros como Mónica González (Chile), José Buendía (México), Rosental Calmon Alves (Brasil), James Rowe (Estados Unidos) y Jaime Abello Banfi (Colombia), además del periodista español Elías García,delegado en Argentina y Uruguay de la Agencia EFE.

Entre los profesionales en nuestro país estuvieron Magdalena Ruiz Guiñazú, Nelson Castro, Jorge Lanata, Eduardo Anguita, Héctor D’Amico, Ricardo Kirschbaum, Carlos De Elía Francisco Mármol, entre otros, y el ministro de la Corte Suprema de Justicia Ricardo Lorenzetti.

Tuvo gran repercusión la exposición de casos de libertad de expresión en las provincias de Misiones, Salta, Entre Ríos y Santa Cruz, donde miembros locales de FOPEA describieron un panorama que impresionó al auditorio central.

Entre el 24 y 25 de noviembre de 2006 250 periodistas y estudiantes de periodismo asistieron a la conferencia inaugural dictada por el maestro Javier Darío Restrepo y a otras 9 mesas de debate que abordaron la ética periodística desde distintos enfoques: el defensor del lector, la justicia, las presiones políticas, los estándares profesionales, los derechos humanos, el periodismo digital, los modelos extranjeros y el infoentretenimiento y el uso de la cámara oculta.

En la última jornada FOPEA presentó su Código de Etica, que será de aplicación obligatoria para sus socios y puesto a consideración de todos los periodistas del país (http://www.fopea.org/codigo_de_etica)

Jaime Abello Banfi, director ejecutivo de la FNPI, cerró el encuentro con una conferencia que se centró en los futuros desafíos éticos del periodismo.

En los próximos días FOPEA pondrá a disposición del público el contenido de todos los paneles del Congreso Nacional

En tanto, acercamos la Conferencia Inaugural dictada por Javier Darío Restrepo.

A continuación, y gracias a la labor de Christian Balbo, miembro de FOPEA y periodista de América 24, ofrecemos algunos pasajes salientes de las dos jornadas.

“Los códigos de la utopía”

Javier Darío Restrepo, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Conferencia inaugural Congreso Nacional de Etica Periodística

Buenos Aires, 24 de noviembre de 2006

Hace tres años compartimos una utopía en aquel escenario insólito del museo de Boca. Los recuerdo en aquella sala irregular, con una columna en el centro que rompía los ejes visuales de nuestra comunicación; aquellas paredes en que cuadros de pintura abstracta rompían la rigidez del color blanco y, sobre todo, con ese impalpable e inolvidable ambiente que ustedes crearon y que en el segundo día se concretó en el propósito de hacer un código, pensado elementalmente como un catálogo de nóes y, después, como un enunciado de posibles. Entonces ustedes se embarcaron en un fascinante viaje rumbo a la utopía. Hacer un código ético es desplegar las velas para que los vientos de lo posible nos arrastren hacia la utopía. La ética, amigos, hay que repetirlo, es una utopía.

Ustedes lo sabían porque fue el tema de alguna de nuestras conversaciones, por eso no los sorprende esta afirmación Los que probablemente no se sabían viajeros de la utopía fueron los creadores y directores de periódicos. Si alguien se lo hubiera dicho, de seguro habrían protestado. Sin embargo, repaso viejas colecciones de diarios y encuentro los clásicos editoriales inaugurales: “Esta será una voz argentina, clara y valiente”, fue la presentación en sociedad de Noticias Gráficas; la historia del periodismo mejicano recuerda El Popular que apareció como un diario “al servicio de la nación”. En las hemerotecas de Honduras se conserva el archivo de La Epoca, en cuyo primer número se lee: “pensar alto, sentir hondo, hablar claro”, que fue su tarjeta de entrada. Y notificaba al nacer, como primer vagido, Prensa Libre de La Habana: “Ni con unos ni con otros, sino con la República”.

El fundador del periódico más antiguo entre los que hoy circulan en mi país, escribió en 1887 que El Espectador no es un negocio sino un servicio público, “para difundir y propagar las ideas liberales”. Una clarinada parecida fue la de El Colombiano de Medellín que en 1912 apareció “para contribuir al bienestar de la patria”. El Tiempo de Bogotá afirma que “su misión es informar cada 24 horas de manera oportuna, objetiva, imparcial y veraz”. El Washington Post también lo dice con cierta solemnidad: “su objetivo es la búsqueda intensa, responsable e imparcial de la verdad”. En 1870, cuando nacía el año, La Nación de Buenos Aires apuntó alto; sería “Tribuna de doctrina”. Y en 1945 Roberto Noble creó un diario moderno e innovador, con independencia de criterio, seriedad profesional y compromiso con el país, según recordó la presidente y directora editorial de Clarín. Los editoriales de El Listín Diario de Santo Domingo mantienen el tono. Allí se lee el propósito de “luchar ahora y siempre contra cuanto pueda ser obstáculo para el progreso moral de nuestro pueblo. Tal es nuestro deber”. Este periódico había nacido como un prosaico registro de los barcos que entraban y salían del puerto y de las mercancías de exportación e importación, que fue el muy pedestre contenido de las tablillas escritas hace cinco mil años y descubiertas en el templo de Uruk.. La inmortalidad de la escritura se puso al servicio de unas cuentas de sacos de cereales y cabezas de ganado que entraban al templo. La escritura alcanzó toda su dignidad cuando se puso al servicio de utopías como las que vibran en aquellos viejos editoriales.

En ellos, lo mismo que en las constituciones y en la primera página de los diarios personales, habla la utopía, esa voz interior que convence a todo humano de la necesidad de corregir el presente y de construir una realidad mejor.

Utopía es un vocablo que le debemos a Tomás Moro quien unió dos palabras griegas para significar el lugar que no existe. Dejó como opciones para los lectores entender que si es lugar que no existe, utopía es un vacío definitivo; o que no existe porque debe ser construido. En ninguna parte afirmó Moro que utopía es imposible. El mismo construye aquel lugar de tolerancia y de libertad en el curso de su relato. Ya lo había intentado Platón, no en un libro, sino en la realidad cuando quiso hacer de Siracusa la democracia ideal y pensó en el filósofo rey; no lo logró y obtuvo a cambio una temporada en la cárcel, pero la utopía quedó y permanece.

La historia del pensamiento está atravesada, como por rayos de luz, por las distintas descripciones de ese dinamismo del espíritu humano, cuyos comienzos creen encontrar los estudiosos en los héroes homéricos como Aquiles, adoctrinado por su padre Peleas para ser “siempre el mejor”. Este es uno de los personajes arrancados de sus límites y arrojado al dominio de la posibilidad, según la expresión de Lledó. (1) La utopía, en efecto, nace en los terrenos de lo posible.

Los que escucharon los cantos homéricos debieron sentir que nacía un tiempo perfilado por la amistad, el valor y el honor, que era distinto de su propio tiempo alinderado por la necesidad y por sus límites. En esta nueva dimensión del tiempo la vida se identificaba con el sueño y con unos contenidos que anulaban su tiempo real. La pugna entre esos dos conceptos del tiempo, el del ser y del deber ser, intimidó y llenó de dudas: ¿Es el deber ser el espacio de lo imposible? ¿Es la utopía una ficción mental? ¿Fueron los héroes homéricos unas metáforas?

Marx proclamó el necesario paso de la utopía a la ciencia; pero los utópicos se resistieron, no en nombre de la utopía, sino de lo posible.

Sí, había utópicos que sabían que su contemplación no sucedería y por tanto no esperaban su realización, pero otros como Karl Manheim han proclamado que “las utopías son verdades prematuras”. (2) Los utópicos, como los herejes, desconciertan y alarman porque las suyas son verdades dichas antes de tiempo; de hecho, las utopías de hoy son las verdades de mañana, sostenía Sartori (3) Hay, pues, una neblina conceptual que rodea a la utopía y que la convierte en una palabra tan sospechosa que Sartori propone desutopizar la utopía.

Un intelectual dominicano, historiador de la cultura, como se definió a Pedro Henríquez Ureña, tituló como la utopía de América a una conferencia que dictó en la Universidad de La Plata en 1922. Y allí comenzó desutopizando: “la utopía, dijo, no es un vago juego de imaginaciones”. Para el pueblo griego, recordó, fue la inquietud del perfeccionamiento constante. En el antiguo oriente las esperanzas de perfección situaron la utopía fuera del alcance del esfuerzo humano y, agregaba Henríquez: “con el renacimiento fue natural que renaciera la utopía”. (4) Al fin y al cabo el de aquella época luminosa fue el deslumbramiento ante el ser humano y ante el inconmensurable universo de sus posibilidades. “Paréceme haber comprendido por qué el hombre sea el animal más feliz y por ende digno de toda admiración, envidiable no solo por los brutos sino por los astros, como por las mentes ultramundanas. Cosa admirable. El hombre se dice y se tiene por ser un milagro grande y un animal ciertamente admirable”, escribía Pico della Mirándola en su Oración acerca de la Dignidad del Hombre.

Para Harold Bloom, el autorizado crítico literario de Nueva York, no hay duda: la historia de la utopía comenzó con Homero. Digo que allí comenzó su historia, porque la utopía nació con el primer hombre y morirá con el último. Mientras haya hombres, habrá utopías.

Tanto se asemejan a los seres humanos corrientes los héroes de Homero, que Aquiles y Odiseo parecen más seres fundacionales que creaciones de un poeta, apunta Bloom (5) Shelley, citado por Bloom relata que los poemas de Homero despertaban en quienes los escuchaban “la ambición de ser como Aquiles, Héctor y Ulises”, y de tanto admirarlos los imitaban y pasaban de tanto imitarlos a identificarse con los objetos de su admiración”. (6) Por eso, hablando en la Universidad de La Plata, el citado Henríquez Ureña observó: “cuando el pueblo griego descubrió que podía ser mejor de lo que era no descansó hasta averiguar el secreto de toda perfección. Miró al pasado y creó la historia, miró al futuro y creó las utopías”. (7)

Competir por el primer lugar fue un ideal griego aprendido en Homero quien transmitió en Aquiles “la trágica amargura de saberse mortal y de ser solo un semidios”. (8)

El pueblo hebreo también tiene su encarnación de la utopía en David, a quien Bloom compara con Aquiles. “¿Qué significa, después de todo, ser el mejor de los aqueos?” se pregunta para responder que dentro del contexto homérico el mejor “es el que puede matar a Héctor”. “David es una nueva clase de héroe al que Yaveh ha decidido hacer inmortal a través de sus descendientes” observa Bloom; pero su comparación de los dos héroes sigue: el pueblo griego “cuyo ideal es la contienda, no puede descollar a la hora de honrar a los padres, pero un pueblo, el hebreo, que exaltó la paternidad y la maternidad, luchó no para ser el mejor sino para heredar el tiempo sin límites.”En Homero luchamos para ser el mejor, para arrebatarles la mujer a los enemigos y para sobrevivir el mayor tiempo posible; en la Biblia no luchamos por eso. Libramos las guerras para ser inmortales”, concluye el crítico literario.(9)

Es el mismo impulso: para ser los mejores, proclama el griego, para ser poco menos que ángeles, cantaba David, o para ser inmortales; lo cierto es que se trata de una fuerza dormida, latente, o activa en todo hombre. “No nacimos para morir, escribe feliz Hannah Arendt, nacimos para renacer”. Vuelvo a Homero para quien los hombres no son espíritus encerrados en la materia sino fuerzas e impulsos que viven o, según la explicación de Bruno Scull, citado por Bloom, “un hombre es un campo de batalla de fuerzas arbitrarias y poder sobrenaturales”. (10)

Una de esas batallas es la que puede estar generando las depresiones que agobian al hombre de hoy, o las bajas de moral y motivación de que habla la sicología casera y que Bloom diagnostica al comparar a David y a Hamlet cuando creían al mismo tiempo que eran todo o nada. (11) Entre esos dos extremos fluctúa la vida de los hombres, que de la cima de las utopías amenazan precipitarse a las simas de la impotencia y del fracaso. Es una dinámica que Shakespeare encarna en el ser o no ser de Hamlet y que Hegel visualizó en ese proceso sin fin en que chocan una tesis y una antítesis para dar lugar a una síntesis que como nueva tesis continuará la espiral sin fin. Escueta y abstracta manera de decir que para la historia y para el ser humano nunca habrá pausas ni sosiego porque cada vez la utopía señala metas más altas. Es una rebeldía contra lo real, inspirada en el pensamiento de que lo de hoy es mejor que lo de ayer, pero lo de mañana deberá superar a lo de hoy; inquietud y desazón de todas las horas, inscrita en la naturaleza de los humanos. Basta ser humano para sentir el impacto de ese desafío; no es necesario entrar en la esfera homérica de los héroes; es suficiente impulso sentirse responsable de esta condición de ser humano. Se lee en Montaigne (12) “nada hay tan hermoso y legítimo como actuar bien y debidamente como hombre, ni ciencia tan ardua como saber vivir esta vida bien y naturalmente, y la más salvaje de nuestras enfermedades es despreciar nuestro ser”.

El flujo de nuestros pensamientos y lecturas nos ha traído amigos a esta orilla en la que la utopía se nos muestra como parte de nuestra naturaleza, e ilumina con revelador esplendor la alta jerarquía de la naturaleza humana.

Hay una relación esclarecedora entre esa conciencia de asombro ante la alta dignidad del ser humano y la aparición de las utopías, como si lo uno trajera de la mano lo otro para formular la ecuación: a más conocimiento de la naturaleza humana, mayor disposición para la utopía. Esa conciencia de lo humano ha tenido expresiones tan extremas como la reflexión citada por Bloom sobre el pensamiento griego: “lo que hizo que los dioses se acercaran a nuestro nivel fue la naturaleza humana que había en ellos, no el atisbo divino que hay en nosotros”. (13) Idea que, morigerada, opera en Montaigne cuando se refiere a las fantasías de Alejandro sobre su inmortalidad. Citando el oráculo de Júpiter que colocaba al guerrero entre los dioses, le escribió Filotas: “me alegro mucho por ti, pero lo siento por los hombres que habrán de vivir y obedecer a un hombre que supera la talla de un hombre y no se siente contento con ella”. (14) Los atenienses derivarían alrededor de esa idea de la dignidad de lo humano cuando recibieron a Pompeyo con honores y con una advertencia: “tanto más dios eres cuanto más hombre te reconoces”.

Es legítimo preguntarse a esta altura de nuestras reflexiones si estamos ante un engañoso juego retórico, o ante una sorprendente y desafiante realidad. ¿Es esta la dimensión de lo humano? ¿Es esta grandeza la que se refleja en el espejo en que nos miramos todas las mañanas? O como escribe Sartori (15) ?? de hecho nos estamos preguntando si la utopía es o no practicable.?? Que es la misma pregunta que ustedes se vienen haciendo desde que me interné en el tema; también debió planear esta inquietud sobre el grupo encargado de redactar el código que hoy se presenta : ¿puede esta utopía cambiar nuestras vidas y nuestro ejercicio profesional?

Parecen entrar en conflicto en nuestras mentes, tres conceptos: lo real, lo posible y lo imposible.

La realidad escueta, tal como la vimos ayer en las redacciones y en el ajetreo diario, la que encontraremos al regresar a nuestras tareas, es una realidad gris, por no decir que pequeña y desangelada y, sobre todo, distante de la realidad posible, la que irradia sus esplendores desde el código. El examen de esa distancia puede ser deprimente y concluir en un tajante diagnóstico: esto es imposible, que puede ser dictado por la depresión o por la comodidad, porque si es imposible, sigamos como vamos y sin esfuerzos suplementarios.

Echo mano de Juliana González, la filósofa mejicana y subrayo su expresión: “el ser humano es posibilidad y su ser posible implica una alternativa”. Enunciado deslumbrante que pone en evidencia un hecho: no nos contemplamos como posibilidad sino como límite, no sumamos sino que restamos.

Una forma maliciosa de restar es exigirnos de una vez la perfección que muestra la utopía, sin etapas intermedias y como resultado de una decisión definitiva y única de la voluntad. Se descartan los retrocesos, las fatigas, los desalientos, los errores y la humildad de las correcciones y de las rectificaciones. “Ese perfeccionismo, escribe Sartori, deriva de un modo equivocado de entender y de emplear los ideales”. (16)

Un uso adecuado de la utopía implica:

Mirarla como una reacción ante lo real. Identificar en ella nuestra insatisfacción ante lo real.. Reconocer en ella el estado deseable de las cosas. En una palabra, aceptar que lo real no nos gusta y que necesitamos cambiarlo. Reflexionaba la semana pasada Federico Mayor, el exdirector de UNESCO que los realistas, con su culto a lo real, nunca han cambiado nada. Se necesita una rebelión contra lo real y una fe en lo posible, para cambiar algo.

El uso adecuado de la utopía exige además, una clara visión de la distancia entre lo real y lo posible. Lo posible es parte de la realidad, pero es una parte invisible que solo emerge lenta y difícilmente a la visibilidad. Por eso, responde Sartori: las utopías son realizables parcialmente. (17) Y agrega Benjamín Constant: entre utopía y realidad sería necesaria la interposición de principios intermediarios, o sea las etapas que supone todo ascenso porque pasar de la realidad a la utopía es un ascenso que exige gradualidad. Sigo la lógica de Constant al afirmar que cada vez que una utopía nos parece imposible es porque ignoramos el trabajo arduo de visibilizar lo posible por etapas. (18)

Es tanto más fatigoso y extenuante este trabajo si se piensa que para culminarlo no hay plazos porque forma parte de la construcción de uno mismo, es un menester que nunca termina. El hombre es un ser inacabado, que siempre está a medio hacer, como si parte de su naturaleza más profunda fuera estar siempre en obra y conservar una provisionalidad que es parte de la lealtad a su condición utópica.

Que es la que recuerdan, insobornables, los códigos éticos. Cuando uno lee estos códigos, como el que ustedes han trabajado en estos años, tiene la sensación de entrar en un territorio de máximos, de requerimientos que superan lo real de cada día. La ética se sitúa en niveles más altos que lo real, como expresión, no de otra realidad, sino de la misma realidad, pero llevada a su más alta potencialidad.

Fundada en la naturaleza del ser humano, como que está calcada en el perfil de esa naturaleza, la ética señala todas las posibilidades que le caben al ser humano. Y esas posibilidades tienen la altura de las utopías. Es la utopía del ser humano perfecto que han soñado los filósofos, es la del hombre nuevo que es la cima de los sueños revolucionarios, se creyó verla en los santos y la Iglesia celebra el hallazgo de su utopía en cada canonización; entre los griegos era el héroe, como hemos visto atrás, para los romanos fue el guerrero vencedor, en el siglo de las luces fue el científico, lo reemplazarán después los técnicos, también tuvo sus vislumbres en el empresario, para muchos lo fue el astronauta, y quizás hemos entrado en la decadencia de las utopías hasta llegar a los baratos olimpos de hoy poblados de futbolistas, cantantes o estrellitas del cine o de la televisión.

A pesar de esa decadencia, todas las actividades humanas bajo el mandato de la competitividad, de algún modo ceden al imperativo genético de la especie de descubrir, tallar y dar a luz a seres humanos perfectos. La filosofía se empeña en describirlo, los educadores se aplican a esculpirlo, porque todas saben, o intuyen al menos, que hay una perfección posible. Ustedes saben que no está al alcance de la mano, pero sí como objetivo de los esfuerzos de toda una vida, cuando escriben y adoptan su código que es un compromiso con la utopía, con lo mejor de ustedes mismos y con las más altas expectativas de la sociedad. Nos soportan mediocres porque creen que no hay más a su alcance, pero nos esperan honestos con una independencia sin sospechas, apasionados por la verdad, lejanos del poder e íntimamente ligados al servicio de todos.

Si algo nos liga a las grandes figuras periodísticas del pasado, es la utopía de la profesión. En los años 40 se conoció un texto que hoy es clásico, escrito por William Allen White en que describió una forma de ser periodista que conduce a la fama y a la riqueza. Si escogen esa senda, escribía, encontrarán el brillo momentáneo del éxito. Si toman la otra senda, la de la utopía, agregaba, “se les ofrecerán momentos agradables, grandes alegrías y numerosas satisfacciones en el camino. Pero tales satisfacciones son del espíritu. La recompensa material no suele acompañar a la excelencia espiritual, como tampoco los castigos materiales siguen a los delitos del espíritu. En nuestra civilización no se muere de inanición, pero se puede sufrir hambre y andar mal vestido; la satisfacción deberá provenir del respeto de uno mismo”. (19)

El año pasado me pareció oir el eco de ese furibundo idealismo. Fue en Monterrey, en un seminario sobre calidad periodística; allí Gonzalo Ruiz un joven periodista de televisión en Quito, dijo: “Tenemos que rescatar en este oficio el derecho a soñar y no sé si a cambiar el mundo, pero por lo menos a hacer algo que lo haga parecer”. (20)

Hemos hecho un recorrido largo por la cuesta empinada de la utopía; pero aún debo invitarlos a examinar una nueva altura, la última, lo prometo, que hace parte esencial de nuestro ascenso.

Conservo entre mis recuerdos una imagen que, mientras escribo estas líneas para ustedes, regresa con perturbadora viveza. En el viejo edificio del diario El Comercio, de Lima, hay una especie de santuario, resguardado del ruido omnipresente en todos los periódicos en donde parecen retumbar los segundos, minutos y horas de la historia diaria. Recuerdo ese lugar como un oasis de silencio, con una cierta penumbra y con ese ambiente sobrecogedor de los templos. Pero no hay altares ni imágenes hieráticas. En los estantes de madera barnizada color de miel, que cubren la totalidad de las paredes, detrás de los vidrios que los protegen como joyas, resplandecen con letras de oro en sus lomos, los gruesos volúmenes oscuros en que se conservan las ediciones del diario desde 1839. Recorrí en silencio las estanterías como si quisiera en ese ejercicio andar el tiempo y me parecía escuchar ese coro de voces múltiples que a traves de estos 167 años han dicho la historia, las ideas, los sentimientos, los sueños, los triunfos y las derrotas de aquella sociedad. Son voces que no han muerto, que vuelven a ser sonoras cuando el investigador abre los pesados volúmenes, los interroga y los escucha. Me contaba mi guía en esta visita que en el periódico se oficia un ritual de introducción a los nuevos redactores, que consiste en mostrarles aquella galería, recordarles que allí están los textos escritos por todos los que han hecho la historia del Perú y hacerles caer en la cuenta de que a partir de su ingreso a la redacción comenzarán a ocupar un puesto en esta galería.

Esta imagen y estas reflexiones son los que más me acercan a una idea de la inmortalidad. Tal vez lo sobrecogedor e inolvidable de ese lugar se explican porque allí se tiene la evidencia de que el tiempo no ha podido apagar ni aquellas voces, ni aquellas presencias. Ante aquel desfile de periodistas redivivos en sus textos, es inevitable concluir que los periodistas trabajamos para la inmortalidad; y en eso no nos diferenciamos del resto de los mortales.

Recientemente por la ventana de las noticias le entró al mundo un aire de inmortalidad cuando por las calles de El Cairo desfiló la monumental estatua de Ramsés II. Se paralizó el tráfico de la bulliciosa capital egipcia, como en los tiempos en que el faraón, rodeado de su séquito de cortesanos, rodaba en su carroza imperial. Casi 3300 años después, su presencia provocó un respeto y una admiración semejantes a los que entonces lo rodeaban. Hay una permanencia en el tiempo, similar a la que está asociada a las pirámides, a los monumentos funerarios, a las estelas grabadas en piedra con el recuento de las hazañas de alguien, a las lápidas con inscripciones que se leen en los cementerios, a las pinturas, a las piezas musicales, a las obras literarias. Todas son expresiones de la vocación a la inmortalidad, que lo mismo que la utopía, alienta en los seres humanos. Cuando en la academia francesa dan el nombre de inmortales a los grandes de sus letras, casi incurren en redundancia porque el escritor acude al texto escrito para que sus palabras, sus ideas, sus sentimientos e imágenes se libren de la corrosión del tiempo y permanezcan.

La inmortalidad de que hablo es una forma de permanencia en la memoria, de la que era un símbolo la bendición que los patriarcas bíblicos impartían, para que el bendecido entrara en un tiempo sin límites; no se trata, por supuesto, de la ilimitada longevidad, ni de la supervivencia en los descendientes, sino de la presencia en la memoria a través de un tiempo sin límites.

El citado Harold Bloom ve en el episodio bíblico de la lucha de Jacob y el ángel “una gigantesca metáfora de la persistencia de Israel en su infinita búsqueda de un tiempo sin límites”. (21)

Decía que esta de la inmortalidad es una vocación humana, debo precisar sin embargo, que no es de todos los humanos. Se nos acentúa a medida que pasan los años, de modo que los viejos nos sorprendemos echando mano de trucos para permanecer en la memoria, por lo menos, de aquellos más cercanos; pero esto no es exclusivo de los viejos. Anota Arendt, quien cita a Heráclito, que “sólo los mejores, quienes constantemente se demuestran ser los mejores y prefieren la fama inmortal a las cosas mortales, son verdaderamente humanos; los demás, satisfechos con lo inmediato, viven y mueren como animales”.(22)

Explica la filósofa que la potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad de producir cosas que merezcan ser y lo sean imperecederas. Y agrega: “por su capacidad en realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad, alcanzan su propia inmortalidad”. (23)

Vuelvo a su código, ese deber ser del periodismo argentino, y encuentro allí la utopía compartida por ustedes. Al adoptarlo como compromiso personal, como acto de libertad, los periodistas con claridad intuitiva saben que así se convertirá su profesión en un medio para dejar huellas imborrables, para producir cosas que merezcan y sean imperecederas, en una palabra, para realizar actos inmortales.

Notas.

1.- Emilio Lledó: Memoria de la Etica. Santillana, Madrid. 1995. Página 32

2.- Kart Manheim, citado por G. Sartori. ¿Qué es la democracia? Altamir, Bogotá, 1994. Página 43.

3.- Giovanni Sartori, op. cit. Página 43.

4.- Pedro Henríquez Ureña: La Utopía de América. Universidad Nacional de Colombia: “Señal que cabalgamos”, # 67. Bogotá, 2006. Páginas 18 y 19.

5.- Harold Bloom: ¿Dónde se encuentra la sabiduría? Taurus, Bogotá, 2005. Página 61.

6.- H. Bloom, op. cit. Página64

7.- Henríquez, op.cit. Páginas 18 y 19

8.- H. Bloom, op.cit. Página 73

9.- H. Bloom, op.cit. Páginas 75 y 76

10.- H. Bloom, op.cit. Página 70.

11.- H. Bloom, op.cit. Página 133.

12.- Michel de Montaigne. Ensayos. Cátedra. Madrid 2003. Página 1052.

13.- H. Bloom, op.cit página 67.

14.- H. Bloom, op.cit. Páginas 132 133.

15.- Sartori, op.cit. Página 44.

16.- Sartori, op.cit. Página 47.

17.- Sartori, op.cit. Página 48.

18.- Citado por Sartori, op.cit. Página 48

19.- William Allen White: La integridad del diario. En Arte y Sentido del Periodismo, Troquel, Buenos Aires, 1966. Páginas 50 y 51.

20.-F.N.P.I. La Búsqueda de la Calidad Periodística, Memorias del Seminario de Monterrery 2005. Página 89.

21.- H. Bloom op.cit. Página 72.

22.- Hannah Arendt La Condición Humana. Paidos, Barcelona, 1996. Páginas 31 y 32.

23.- Arendt, op.cit. Página 31.

Pasajes salientes de las dos jornadas de Congreso

“En un mundo que vive de la información, la judicial debe trascender. Que los jueces sólo hablen por su sentencia los aisla”

Ricardo Lorenzetti, presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación

“Periodismo de calidad es responder cabalmente a los lectores… En México los códigos de ética son letra muerta”.

* José Buendía, director ejecutivo de la organización mexicana Prensa y
Democracia

“Un periodista cuando recién se recibe está obligado a aceptar el trabajo,pero con el tiempo tiene que elegir la empresa para la cual trabajar”.

Hector D’Amico, secretario general de redacción Diario La Nación

“Todos los días se cometen muchos errores. Hay periodistas con alto grado de credibilidad pero poca calidad”.

Ricardo Kirschbaum, secretario general de redacción Diario Clarín

“Estamos viviendo la más importante revolución comunicacional. La audiencia está tomando el control.”

Rosental Alves, director del Centro Knight de Periodismo de la Universidad
de Texas

“En las provincias los medios son oficialistas u opositores.”

María Itumelia Torres, directora FM Línea Capital de Posadas.

“En Santa Cruz se crean medios para facturarle al Estado.”

Mariela Arias, corresponsal del diario La Nación en Santa Cruz

“En 2005 la situación de la libertad de expresión en Entre Ríos era alarmante. Un año después, nada ha cambiado.”

Oscar Londero, corresponsal del diario Clarín en Paraná.

“Hoy en Salta hay dos periodistas que tienen asignada una custodia policial por las amenazas de muerte recibidas”.

Marita Couto, directora de la Radio Universidad Nacional de Salta

“La cámara oculta está sepultando al periodismo. No somos espías sino periodistas… además, discutamos la manipulación en la edición.”

Jorge Lanata, periodista de Radio AM Del Plata y Diario Perfil

“Si en una guerra le pagamos veinte dólares a un soldado para que dispare al cielo, lo único que hacemos es cambiar el horario de la realidad, pero realidad al fin…”

Francisco Marmol, director de contenidos de Telefé Noticias

“El cinismo de la televisión nos está matando.”

Jaime Abello Banfi, director ejecutivo de la Fundación Nuevo Periodismo
Iberoamericano

Fopea desea agradecer a todas las entidades y firmas que hicieron posible la realización de este congreso nacional.

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