FOPEA - Logo - Light

La felicidad del decir

Por Norma Morandini

Política y periodismo están indisolublemente unidos en nuestro país desde aquel 7 de junio de 1810 cuando Mariano Moreno inauguró la salida de la Gazeta de Buenos Ayres con esta exaltación:

“Felices tiempos aquellos en que se puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente”

En la historia contemporánea no han sido muchos los tiempos en el que los argentinos manifestamos la plenitud que sólo otorga la libertad. A la vuelta de la esquina histórica están los tiempos en los que el Estado se hizo terrorista y a los argentinos se nos decía cómo debíamos sentir, cómo vestir, a qué Dios rezar y a quién llevar a la alcoba. Sin embargo, mucho hemos avanzado entre aquellos tiempos en los que solo existían los partes oficiales y se confundía información con delación. Aun cuando al inicio los gestos fueron torpes como los que sobreviven al yeso de la fractura, los argentinos nos fuimos soltando del chaleco de fuerza con el que se maniató nuestra sociedad y hoy gozamos de libertad hasta para denunciar cuando advertimos que corre riesgo la libertad. 

Pero si ya incorporamos ese valor democrático como lo es el derecho a libertad de expresión, nos resta ahora insistir por un valor ajeno a nuestra tradición político-periodística: el derecho de las sociedades a ser informadas. Un principio que es fundamental a la democracia. En la medida en que este sistema de gobierno garantiza la igualdad de los ciudadanos ante la ley, afirma, también, la idea de que todos somos igualmente aptos para representar a otros, o sea: la política. Por eso, una información restringida, de baja calidad, en realidad atenta contra la calidad democrática. 

Ciudadanos ignorantes, sin posibilidades de discernir, elegir o participar en las cuestiones colectivas son ciudadanos mutilados, cuando no, tan sólo, el número de las encuestas, o las estadísticas de la economía. 

La ausencia de información o los rumores convertidos en información nos tornan políticamente incompetentes. Esa es función indelegable de la prensa que por eso debe ser independiente y competente. El poder del periodista no deviene de que es reconocido o reverenciado, sino de que exprese realmente a la opinión pública. De modo que el derecho a la información es inseparable de la vida republicana, ya que el espacio público que define a la democracia depende de las discusiones, los debates. 

Toda vez que se cancela el papel de intermediario de la prensa se atenta contra ese bien público que es la información. Y toda vez que los periodistas se convierten en propagandistas o lobistas atentan contra la democracia, no porque critiquen a los políticos sino porque una información de mala calidad configura una democracia igualmente pobre y de baja calidad. Y la prensa no puede darse el lujo de ser un simple espectador o repetidor de los partes oficiales cuando aún nos resta consolidar los cimientos de la democracia. 

Por eso, política y periodismo son inseparables de la vida con los otros, o sea, de ese espacio público donde circulan las opiniones, los temas que nos son comunes. Como la plaza pública, el tradicional espacio de la protesta y el festejo en nuestro país, ha sido remplazado por la mesa debate de la televisión, una programación que evita los debates, o los sustituye por ese simulacro de ring en el que todos hablan porque nadie se escucha, en realidad, está debilitando el espacio público de la opinión.

Resulta paradójico que, en la sociedad del espectáculo, tanto la política como la televisión y las redes, se legitiman con los números, el de los votos el rating o los “me gusta”. Simplificaciones que asientan sobre el mismo menosprecio, el que reduce al elector a un votante, al televidente a un ser pasivo, esclavizado al comando del televisor, o al tuitero un ciudadano democrático. Por eso debemos hablar de la libertad de expresión como un derecho universal. 

Son los Estados los que deben garantizar ese derecho humano que no puede equiparse a los intereses privados de los medios de comunicación. Tanto la libertad del decir como la información que necesitan las sociedades para su desarrollo democrático son derechos humanos que ejercen tanto el que ofrece la información como el que la recibe. 

No se me escapa que vivimos un tiempo en el que la felicidad de Moreno está agriada por el odio que descaracteriza la libertad de expresión y nuestra función democrática está herida por la credibilidad del periodismo, al que cada vez más se confunde con propaganda, herido por las plumas y las siliconas, los chismes y las mentiras. Hoy que el periodismo está puesto en debate por la glorificación de las redes, debemos recordar nuestra mejor tradición, la de los periodistas que vencieron al miedo y nunca eludieron la responsabilidad que entraña la felicidad del libre sentir para poder bien decir. 

administrator

Related Articles