El aporte de John Reichertz al debate sobre la libertad periodística en la Argentina. El texto es parte del libro Cuando aumentan las necesidades, son aún más importantes las libertades, de FOPEA.
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“Noticias falsas”, una muletilla confusa, engañosa y peligrosa para la libertad de expresión
Por John Reichertz Director de 100 Por Cierto, un proyecto de FOPEA y Thomson Media para combatir la desinformación en la Argentina.
La muletilla “noticias falsas” o “fake news” encierra todo un mundo de contradicciones, a tal grado que es, en sí, confusa y engañosa. De todos modos, es lo que se usa, peligrosamente, para identificar un fenómeno real, que tiene más que ver con políticos, activistas, celebridades y propaganda. En la Argentina, en este momento, afloran medidas y propuestas para colocar un corsé a la comunicación masiva, particularmente por las redes sociales, y todos estas tienen un denominador común: hacen referencia a estas supuestas “noticias falsas”. El supuesto es que el fenómeno algo tiene que ver con el periodismo. Por eso, la utilización de la muletilla, particularmente en el contexto de hipersensibilidad provocada por la pandemia de COVID-19, representa una amenaza seria a la raíz de todos los derechos humanos, que es la libertad de expresión y de prensa. Para hacer frente a esta amenaza, es imprescindible analizar las contradicciones escondidas detrás de este intento de desprestigiar a las noticias y al periodismo, y redefinir el problema, para proponer cómo abordarlo. A la vez, es necesario levantar la guardia contra aquellos que insisten en usar la muletilla para someter al periodismo.
El origen de la expresión fake news es lejana en el tiempo, pero se popularizó nuevamente en los últimos años en sociedades democráticas en base a su utilización por parte de mandatarios como Donald Trump y Jair Bolsonaro, para repudiar cualquier expresión que contradijera la visión oficial de los hechos. Que la descalificación de la prensa crítica haya salido de sociedades que supuestamente son paladines de la libertad de expresión habilitó a los dictadores y autócratas del mundo para utilizar la misma táctica para desprestigiar cualquier comentario crítico. El Comité para la Protección de Periodistas afirmó recientemente que los líderes fuertes de 26 países usan la muletilla fake news para desprestigiar y atacar a la prensa critica. Que haya gobiernos que quieran controlar el discurso público de esta forma no es nada nuevo. Ya en 1257, durante del reinado de Eduardo I de Inglaterra, fue promulgada una ley contra “noticias o cuentos falsos por los cuales la discordia, o la promoción de discordia o calumnia, pueda crecer entre el rey y su gente”.
Trump y Bolsonaro, acusan a la prensa crítica de ser portadores de fake news, pero hoy el fenómeno es mucho más complejo por el potenciamiento de la comunicación multidireccional, sin límites, de las redes sociales. Hay una infinidad de actores, confesos u ocultos, que utilizan un sinfín de recursos, tecnológicamente sofisticados o burdos, para lograr sus no siempre santos objetivos, aprovechando de las masas digitales. Con la pandemia de COVID-19, el tema ha tomado un impulso espectacular:
- Debido a las ansiedades lógicas de las personas sobre un virus y crisis sin precedentes,
- De la mano de las autoridades, para preservar la paz social, pero también para fortalecer su poder político,
- Con la satisfacción de los que siempre manipularon los odios, las afinidades y las ansiedades de la gente para impulsar agendas propias.
- En el contexto de convulsión actual, hay varios líderes, políticos y provincias que están tomando medidas tendientes en lo general a penar a personas que difunden falsedades con el objeto de provocar algún daño (con malicia). Se aprovechan de viejas leyes creadas para mantener la paz social, o proponen nuevas leyes para convertir la difusión de “noticias falsas” con intencionalidad, como contravenciones de la ley. El tema ha estado presente en Mendoza, Corrientes, Chaco y Santa Cruz, como también en Misiones, según algunos informes. Propuestas similares estuvieron a consideración del Congreso Nacional, ahora inactivo, pero en este caso relacionadas con elecciones.
Generalmente, lo que proponen o han implementado las provincias es que la policía actúe contra personas que con mala intención difunden “noticias falsas”, acusándolas de haber cometido una contravención, penada con una multa o arresto.
¿Cuál sería la consecuencia de tener a la policía patrullando las redes sociales con la intención de identificar a personas que hayan difundido de mala fe falsedades y engaños como parte de un intento de provocar conmoción en la sociedad? ¿Cómo van a determinar la mala fe o las intenciones detrás del mensaje? Múltiples expertos en libertad de expresión y juristas constitucionales han afirmado que este cuadro policial de control y seguimiento activo tendría un “chilling effect” (efecto de congelamiento). Es decir, congelaría la libre discusión en la sociedad de las ideas, las impresiones, las reacciones, las visiones de las personas, y abriría la puerta para la imposición de una visión única.
Ahora, ¿cuáles son las características de aquellos que, como Trump, levantan las alertas sobre supuestos fake news? Según The Washington Post, Trump, en los primeros 1.170 días de su mandato, ha pronunciado más de 18.000 falsedades o afirmaciones engañosas. ¿Quién es más creíble, Trump o lo que él llama el “Fake News Washington Post”? Para muchos estadounidenses, Trump. Pero la sociedad está muy dividida.
Un estudio del Reuters Institute de Oxford, Inglaterra, mostró que el 69% de la desinformación comentada y compartida sobre COVID-19 fue generada por políticos, celebridades y otras personalidades públicas, aunque representaba solamente un 20% del tráfico original. Es decir, estas personas tenían la influencia necesaria para lograr la amplificación de la desinformación.
Otros estudios anteriores sobre las elecciones en Estados Unidos mostraron un fenómeno similar de validación. En aquel caso, los medios de comunicación masivos validaron la desinformación, la amplificaron y ayudaron a que sobreviviera durante el curso de la campaña electoral. A la vez, estos estudios reflejaron que no hay un periodismo uniforme, y que hay muchas publicaciones que no proponen seguir criterios profesionales.
La falsedad consiste en “vender” algo por lo que no es. Una noticia no puede ser falsa si la definición de la misma es el mejor intento por parte de una persona honesta para describir con mayor detalle y desinterés personal algo que ha ocurrido. Es el público que debe definir si merece su atención o no.
En la situación actual, el periodismo que debe extremar sus esfuerzos para mostrar que es diferente a todos aquellos que reparten otra cosa. Con la pandemia de COVID-19, el fenómeno de las “noticias falsas” recibió un segundo nombre, más al tono de las preocupaciones del momento. Ese segundo nombre es “infodemia”. La idea es que nos invade una plaga mundial de falsedades, muchas de las cuales aprovechan de las ansiedades lógicas de las personas.
Estas falsedades nacen en cualquier lado, pero se reproducen, a veces con particular virulencia, en las redes sociales. Pero hay luces de esperanza: nunca fue más claro para todos que ahora que las falsedades pueden hacer mucho daño, y que el único camino de salida está iluminado con las verdades que expresan la realidad de la situación.
Esta actitud es lo que vemos en otro estudio del Reuters Institute, que mostró que la fuente de información más creíble para las personas en este momento son los científicos, los médicos y otros expertos en salud.
A la larga la gente es sabia y tiene el derecho a elegir, sin filtros, a quién escuchar y en quién creer. La infodemia es una plaga que estuvo circulando antes de la aparición del COVID-19, y seguramente estará después de que la humanidad logre dominar al novel coronavirus. A diferencia de la pandemia actual, la infodemia no tiene una causa, sino múltiples. Pero el COVID-19 sí está enseñando a la humanidad, que el único camino adelante es la responsabilidad y la solidaridad.