*Por María José Muller, periodista, doctora en Comunicación. Fundadora de Amplitud Solidaria
La radio de nuestro tiempo está mutando hacia un nuevo medio que integra el sonido con otros lenguajes y se complementa con la imagen en un escenario multimedia y multiplataforma. Pero la esencia de la comunicación sonora no se transforma, la ubicuidad sigue viva, y sólo el oído nos da la posibilidad de poner atención en un contenido mientras hacemos otra cosa. Por eso la comunicación sonora será siempre compañía, imaginación y entretenimiento. No hay Internet ni tecnología que aceche al sonido y sus propiedades, aunque mañana a la radio no la llamemos radio.
Dicho esto, podemos asegurar que en nuestro país este medio centenario late fuerte en Buenos Aires, donde hay concentración de emisoras y de inversión publicitaria, pero también se siente en las capitales de las provincias y en cada pequeña comunidad, hasta en las más recónditas. La radio sigue siendo un medio económico, que facilita la información local y que colabora en la integración comunitaria. Hay cientos de parajes, pueblos y asentamientos en los que una antena y un transmisor son claves para que una comunidad se comunique. Eso todavía pasa en nuestro país, aunque el ruido de las grandes radios y las nuevas tecnologías nos hagan creer a veces que ya no ocurre.
Mi tarea como voluntaria en Amplitud Solidaria, una organización sin fines de lucro que trabaja la inclusión social y el desarrollo comunitario a través de la radio, me permitió conocer más profundamente el aporte de este medio en nuestro país, y a la gente que circula a su alrededor. Hay miles de aficionados, apasionados de la radio, que no tuvieron la posibilidad de recibir una educación formal en periodismo, locución, operación o producción, pero son profesionales del medio gracias al oficio desarrollado durante años. Muchos aprendieron solos, a fuerza de ensayo y error, otros tuvieron algún maestro que les delegó su sabiduría y la mayoría tiene aún la humildad de los sabios: quieren seguir aprendiendo. Conservan la responsabilidad de la tarea que tienen a su cargo y suelen tener un profundo sentido de pertenencia con su comunidad.
Quienes vivimos en las ciudades y estamos acostumbrados a consumir los grandes medios comerciales, no podemos imaginar la fuerza que tienen esas pequeñas emisoras en sus localidades. La gente conoce más la radio de su pueblo que las que resuenan en las urbes, esas que conocemos “todos”. Sintonizar las emisoras locales, cada vez que uno llega a un nuevo destino, sigue siendo un ejercicio maravilloso para conocer jergas, hábitos, modismos, intereses y costumbres.
Pero la radio no es sólo un potente medio local y una oportunidad de promover la comunicación sonora, también es un recurso pedagógico atractivo para que los más jóvenes aprendan a trabajar la expresión oral mientras hacen algo que les gusta. Es un escenario inmejorable para dar voz a los que no la tienen y mostrarles que hay interés en escucharlos porque es importante lo que tienen para decir. La radio es también una oportunidad de elevar la autoestima de quien descubre que tiene voz. En un país como el nuestro, con la marginalidad como enfermedad, y la droga, el alcohol, la violencia y la deserción escolar como síntoma, la radio, e incluso los medios, pueden ser escenarios de transformación social. La radio es y será un medio, no un fin, un vehículo que además de llevar información y entretenimiento, cumple una función social trascendente. Y sigue sin importar si hoy la llamamos radio y mañana la llamaremos de otro modo, porque lo que está viva, y para siempre, es la comunicación sonora.
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